El sombrerón es una leyenda muy arraigada en las costumbres y tradiciones de Guatemala. La leyenda cuenta que …
Un día, como a las seis de la tarde, aparecieron en la esquina de la casa de Celina cuatro mulas amarradas. Pasaron por allí dos vecinas y una de ellas dijo: "¡Qué raro! ¿No serán las mulas del sombrerón?". "¡Dios nos libre!" dijo la otra, y salieron corriendo.
A esa hora, Celina comenzaba a dormirse porque ya se sentía muy cansada. Entonces comenzó a oír una música muy bonita y una voz muy dulce que decía: "eres palomita blanca como la flor de limón, sino me das tu palabra me moriré de pasión".
Desde ese día, todas las noches, Celina esperaba con alegría esa música que sólo ella escuchaba. Un día no aguantó la curiosidad y se asomó a la ventana y cuál va siendo la sorpresa, ver a un hombrecillo que calzaba botitas de piel muy brillante con espuelas de oro, que cantaba y bailaba con su guitarra de plata, frente a su ventana.
Desde entonces, Celina no dejó de pensar en aquel hombrecito. Ya no comía, sólo vivía esperando el momento de volverlo a escuchar. Ese hombrecito la había embrujado.
Al darse cuenta los vecinos, aconsejaron a los padres de Celina que la llevaran a un convento para poderla salvar, porque ese hombrecito era el "puritito duende". Entonces Celina, fue llevada al convento donde cada día seguía más triste, extrañando las canciones y esa bonita música.
Mientras tanto el hombrecito se volvía loco, buscándola por todas partes. Por fin la bella Celina no soportó la tristeza y murió el día de Santa Cecilia. Su cuerpo fue llevado a la casa para velarlo. De repente se escuchó un llanto muy triste. Era el sombrerón, que con gran dolor llegaba a cantarle a su amada: "ay...ay... mañana cuando te vayas voy a salir al camino para llevarte el pañuelo de lágrimas y suspiros".
Los que vieron al sombrerón cuentan que gruesas lágrimas rodaban mientras cantaba: "estoy al mal tan hecho que desde aquí mi amor perdí, que el mal me parece bien y el bien es mal para mí".
Toda la gente lloraba al ver su sufrimiento. Y cuentan que para el día de Santa Cecilia, siempre se ven las cuatro mulas cerca de la tumba de Celina y se escucha un dulce canto: "corazón de palo santo ramo de limón florido ¿por qué dejas en el olvido a quien te quiera tanto?"
Y es que se cuenta que el sombrerón nunca olvida a las mujeres que ha querido.
Maximón, Santo protector
del lago
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Entre todas las tradiciones orales que provienen de las culturas indígenas de
Guatemala, siempre han prevalecido las historias de Deidades protectoras. Este
es el caso de Maximón, el Santo Protector del Lago de Atitlán.
No hay que confundir a Maximón de Santiago Atitlán que tiene raíces tzutuhiles con San Simón de San Andrés Itzapa Chimaltenango, quien es un santo popular peregrino surgido a finales del siglo XIX. Maximón refleja con su tradición, la cosmovisión maya antigua, representa la fertilidad ancestral prehispánica y simboliza los orígenes mágicos antiguos de las tradiciones y costumbres guatemaltecas. Cuenta la historia, que en Santiago Atitlán hace muchísimo tiempo, existieron unos “atitecos” provenientes del País del Agua, quienes eran capaces de profetizar y adivinar muchas cosas, pero sobre todo, la llegada de las lluvias.
Estos eran seis hombres que poseían poderes sobrenaturales muy extraños y mantenían inquietos a todos los pobladores de la región, quienes creían que eran seres malignos enviados por los españoles para controlar a la población.
Un día, se unieron para realizar cierto ritual sagrado para controlar el agua y vengarse de quienes habían traicionado a su pueblo y los habían mandado a un exilio forzoso a la tierra de Atitlán. Estos verdugos de los seis hombres eran los colonizadores españoles.
Estando a orillas del lago de Atitlán, realizaron su magia y la recién fundada ciudad de Guatemala asentada en el valle de Almolonga, fue reducida a escombros por una enorme torrentada de agua que estos señores enviaron para cobrar venganza.Desde entonces la paz se respiró nuevamente en la región sololateca de Atitlán, pues los seis señores demostraron que su intención era proteger sus tierras.
No hay que confundir a Maximón de Santiago Atitlán que tiene raíces tzutuhiles con San Simón de San Andrés Itzapa Chimaltenango, quien es un santo popular peregrino surgido a finales del siglo XIX. Maximón refleja con su tradición, la cosmovisión maya antigua, representa la fertilidad ancestral prehispánica y simboliza los orígenes mágicos antiguos de las tradiciones y costumbres guatemaltecas. Cuenta la historia, que en Santiago Atitlán hace muchísimo tiempo, existieron unos “atitecos” provenientes del País del Agua, quienes eran capaces de profetizar y adivinar muchas cosas, pero sobre todo, la llegada de las lluvias.
Estos eran seis hombres que poseían poderes sobrenaturales muy extraños y mantenían inquietos a todos los pobladores de la región, quienes creían que eran seres malignos enviados por los españoles para controlar a la población.
Un día, se unieron para realizar cierto ritual sagrado para controlar el agua y vengarse de quienes habían traicionado a su pueblo y los habían mandado a un exilio forzoso a la tierra de Atitlán. Estos verdugos de los seis hombres eran los colonizadores españoles.
Estando a orillas del lago de Atitlán, realizaron su magia y la recién fundada ciudad de Guatemala asentada en el valle de Almolonga, fue reducida a escombros por una enorme torrentada de agua que estos señores enviaron para cobrar venganza.Desde entonces la paz se respiró nuevamente en la región sololateca de Atitlán, pues los seis señores demostraron que su intención era proteger sus tierras.
El Hombre Invisible
El olor al fermento del aguardiente le llegó abriéndole más la gana del trago cotidiano. Don Renán era un hombre taciturno, llegaba a menudo al estanco de nuestro relato y, siempre apartado de los parroquianos se sentaba alejado en una mesa del fondo.
Desde que llegaba los comentarios no se hacían esperar por parte de quienes lo observaban. —No me lo van a creer pero don Renán es un hombre raro, con estos ojos que algún día se comerán los gusanos, lo he visto desaparecer de mi vista.
El que hablaba era un obeso carpintero que cumplía con las órdenes de Baco, en el estanco.
—Eso sí que no te lo creo vos; porque eso sólo se lee en las novelas —respondió el amigo, agregando —solo viendo lo creería.
El olor a las fritangas invadía el espacio y las risotadas apagaban los comentarios. Don Mercedes con su limpiador al hombro y su gabacha, departía con sus clientes mientras les servía las tandas.
— ¡Tanda servida, tanda pagada! Repetía el cantinero, agregando —Para evitar clavos posteriores.
Todos celebraban la puntada con una sonora carcajada.
Don Mercedes se fue acercando a la mesa del carpintero y el amigo que le acompañaba. Al calor de los tragos el tema era don Renán, que lejano de los comentarios, tomaba una copa lejos del grupo.
—Yo sí que no creo en esas cosas, pero ya son varios los que han visto desaparecer a don Renán —agregó el cantinero.
— ¿Y qué le han contado don Mercedes?
—Bueno, no es que yo sea chismoso, pero la vez pasada, justamente donde están ustedes sentados, estaba tomando el finado Félix, ya estaba un tanto borracho, cuando salió atrás de don Renán.
Al poco tiempo regresó todo asustado gritando y diciendo que había visto palpablemente cómo don Renán había desaparecido ante su vista. Con decirles que la gran soca se le fue del puro susto, pero yo lo atribuí a los tragos que don Félix se había tomado.
El carpintero, un tanto más curioso, trataba de persuadir al cantinero para que le hiciera la lucha de sacarle en plática a don Renán cómo estaba el asunto, pero aquel hombre raro y solitario no soltaba prenda. Finalmente, el cantinero indicó que trataría de hablar con el hombre, pero que por favor hablaran más quedito porque podía escuchar el comentario que de él se hacía.
Los penintentes de la
recoleccion
Cuando los han visto no solo van encadenados sino con capuchones antiguos. Algunos se flagelan. Son animas por las cuales las viejitas dicen hay que rezar.
Verlos atemoriza pero también produce pena y compasión porque a nadie le gustaría estar eternamente encadenado a sus malas acciones.
Todos los días a los doce de la noche, los vecinos del Barrio de La Recolección escuchan pasos de encadenados. Son penitentes fantasmas que quieren librarse de sus culpas.
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